lunes, 23 de septiembre de 2013

Metáfora, Símbolo y Alegoría


En la teoría de Goodman la palabra “símbolo” remite a todas las formas posibles de “hacer referencia”. Para el filósofo norteamericano “simbolización” es sinónimo de “referencia”. Por otro lado, Susanne Langer plantea que “símbolo” tiene un sentido amplio, lo que hace que la modalidad metafórica resulte una variante de la simbólica
Como el símbolo, la metáfora supone abstracción y conceptualización, procesos estos que permiten separar determinados semas para reordenarlos jerárquicamente y construir un modelo de cualidades.

Teniendo en cuenta esto, trataremos de establecer las diferencias entre metáfora y símbolo. Para ello seguiremos una serie de ejes y nos basaremos fundamentalmente en el libro de Elena Oliveras La metáfora en el arte (2009)
Desde el punto de vista icónico:

El sujeto al que se hace referencia la metáfora tiene ya su imagen propia, anterior a la que le presta el término modificador. Mientras que en el símbolo, el sujeto no la tiene.

En este sentido el símbolo supone una iconicidad simple, es decir, sólo hay una imagen en el término simbolizante. Mientras que en la metáfora es doble ya que en ésta se superponen dos imágenes.

En relación con la predicación y la representación: el símbolo supone una orientación de lo no visible hacia lo visible. Su función principal es producir la iconización de un referente aicónico

Esto pone en evidencia la función representativa del símbolo. Es decir, la presentación de una idea  o concepto a través de un ícono.

Al presentar una cosa perteneciente al mundo sensible, para representar otra perteneciente a un reino carente de imágenes el SÍMBOLO puede ser definido como sustituto, delegado o representante icónico. Por ejemplo, la bandera como representante icónico de patria

En cambio, la metáfora cumple una función predicativa. La misma se trata de una predicación de coexistencia de determinadas cualidades del sujeto y del modificador.

Al efecto de mostración metafórica,  el símbolo opone un efecto de significación o de representación  que subraya la relación indisoluble significante – significado en el interior del signo.

Mientras que en la metáfora, las imágenes de ambos términos se superponen y hasta llegan a identificarse (al menos parcialmente).

En otras palabras, el símbolo se manifiesta distinto a lo representado. No debe llamar demasiado la atención. Es médium y no fin de la significación.

La metáfora, por otro lado, implica la inmanencia semántica del modificador dentro del enunciado. En este sentido, la referencia metafórica es intrínseca, pues el modificador no va más allá de sí mismo para hacer referencia a otra cosa. Se limita a acentuar, a través  de la relación con otro término, sus cualidades específicas.

En el símbolo, no hay inmanencia o circularidad del recorrido semántico del modificador sino trascendencia, proyección, excentricidad semántica. Al no poseer una imagen propia el sujeto semántico puede adoptar un rango mayor de semas que el sujeto metafórico.

Está ausente, en el símbolo, la tensión o violencia semántica de las metáforas (su capacidad de hacer coincidir imágenes con semas incompatibles). No hay tensión (Ricouer) ni paralelismo (Pierce) ni quiebre lexical rotundo sino proyección lineal de una imagen sobre una idea o concepto.

Los Girasoles son un claro ejemplo de esta proyección lineal. Las flores, cortadas de la planta y dentro de un jarrón, nos proyectan hacia la muerte, hacia la decadencia, hacia el paulatino desvanecimiento de la fuerza vital. Dan aún la sensación de vida, pero van camino a la desaparición. Algunos tallos se curvan y parecen luchar para mantener erguidos, firmes, sugiriendo la misma lucha entre la vida y la muerte que podrían experimentar los humanos. Precisamente el mayor enigma de los girasoles está en su apelación a lo humano estando totalmente ausente la figura humana, lo que recuerda una afrmación de Cézanne “El hombre ausente, pero todo entero en el paisaje”



 
El referente simbólico

La metáfora establece una identificación inmediata y necesaria de sus referentes. En cambio, en el símbolo encontramos “lo universal y sustancial indeterminado mismo” (Hegel)

El sujeto de la expresión metafórica está siempre allí en acto, al igual que el modificador. Ambos son visibles o como en la poesía imaginados.

En el símbolo al igual que en la alegoría la referencia entre el sentido y la figura exterior no es tan inmediata y necesaria. No todos pueden decodificar el símbolo. Podrán hacerlo sólo los “adeptos, los iniciados, los instruidos” (Hegel)

Al no existir una exteriorización completa de la relación simbólica, ésta se vuelve vaga y confusa. El símbolo apela a la facultad intelectiva del lector capaz de desentrañar su significado oculto.

El símbolo, sobre todo el artístico, despliega la más amplia gama de significados alternativos, complementarios y hasta contrarios.

A diferencia de la alegoría, cuyo sentido se encuentra “controlado” por una autoridad interpretativa, el símbolo no cuenta con un control semántico estricto. Por eso, la proyección subjetiva juega un papel importante.

Un símbolo, una vez concebido, se difunde entre la gente y, a través del uso, su significado crece; su contenido se enriquece y se multiplica a lo largo del tiempo por las sucesivas interpretaciones y experiencias del sujeto.


Base natural, convencional y vital del símbolo
El símbolo posee una fuerte base vital, es decir que requiere del conjunto de vivencias que un grupo social comparte a lo largo del tiempo. Así, de las tres bases del símbolo –natural, convencional y vital- esta última resulta “esencial y definitoria”.

En lo que respecta a las metáforas, sólo las “connotativas” participan de la base vital del símbolo. Para decirlo en términos  de la lingüística, la metáfora puede presentarse como un fenómeno del habla, individual, mientras que el símbolo es siempre un fenómeno de la lengua, compartido por una comunidad. Dice Monroe C. Beardsley al respecto:

Lo que un pintor puede simbolizar no es un tema de su voluntad. No importa lo que diga; él no puede pintar una zanahoria y hacerla simbolizar la Revolución de masas.

En este sentido, el estudio de los símbolos no concierne a la intención del artista sino a la historia de una comunidad.

Si consideramos la base natural del símbolo –basada en relaciones de semejanza-, éste se acerca a la metáfora.

Puesto que el referente del símbolo carece de imagen propia, su semejanza con el término modificador icónico se ejerce no sobre la forma física sino sobre atributos o connotaciones. De allí que no encontremos equivalentes del símbolo entre las metáforas “denotativas”, basadas en la semejanza de formas del sujeto y del modificador. Sí los encontraremos entre las metáforas “connotativas”.

La base natural es prominente en el caso del sol como símbolo de la vida, en el alambre de púa como símbolo del estado totalitario o en el pájaro como símbolo de la libertad.


Los símbolos artísticos
Elena Oliveras plantea que para llegar a identificar un símbolo artístico es necesario entender cómo funciona dentro de un determinado contexto. En el contexto de una obra literaria, cualquier elemento –un puente, una puerta, un animal- que ocupe un lugar central o que posea una ubicación anormal o desviada dentro de un contexto puede convertirse en símbolo. Tal situación responde a lo que Beardsley llama “principio de prominencia”. Junto al “principio de congruencia” resulta fundamental en la individualización del símbolo.

1)      Principio de prominencia: se refiere tanto a la acentuación del término simbólico como a su desvío, es decir al hecho de que “no debía-estar-allí”. Su presencia inusual y sorprendente produce un excedente de significación que Beardsley encuentra particularmente expuesto en el Coloso de Goya y en Miserere y Guerra de Roualt. En ambos casos, las figuras aparecen inusualmente destacadas, con extrañas iluminaciones. En la obra de Roualt se observa, además, la ausencia de indicaciones relativas al acto de sembrar siendo que la figura central es, precisamente, un sembrador.

2)      Principio de congruencia: da cuenta de una selección de connotaciones que mantienen coherencia con el contexto. En este sentido el sembrador de Roualt se presenta como símbolo de esperanza, constancia, paciencia y humilde actitud hacia Dios y hacia la naturaleza mientras que el coloso de Goya, con significados menos claros, se presenta como un símbolo de fuerza y de poder destructivo potencial.

 



En algunos casos, el símbolo puede encontrarse determinado por su contexto; en otros, remite a textos abiertos, ligados a nuevas cadenas de significación.

Símbolo y alegoría

La palabra alegoría deriva del griego allos (otro) y agoreuein (hablar en asamblea). La alegoría es parte de la esfera del logos. Podríamos definirla como una figura de la hermenéutica que presenta un referente inmediato para hacer referencia a un referente último, mediato. Según Barthes, la alegoría es un acertijo, una escritura compuesta de imágenes que el lector debe descifrar. Supone la presencia de un texto previo al que permanentemente se hará referencia. De allí que haya sido considerada como discurso “ilustrativo”, íntegramente decodificable. La alegoría persigue la transmisión más clara del pensamiento, como lo vemos en textos filosóficos, por ejemplo la alegoría de la caverna de Platón, y en algunos relatos bíblicos.
Dentro del género alegórico se ubican las narraciones de estructura simple  (fábulas, parábolas) o complejas (la Divina Comedia, por ejemplo). Ligados a ese género hallamos, en el orden visual, los emblemas, las insignias y los escudos.
Las leyendas que acompañan el mensaje visual del emblema cumplen con una función similar a la del texto alegórico previo: anclar de manera inequívoca un significado. Si bien el camino para llegar al significado de emblemas y alegorías puede resultar tortuoso, una vez alcanzado es claro y unívoco.
Al hacer referencia a otros textos, la alegoría nos coloca frente al problema de la intertextualidad. Para que el texto fundante sea alcanzado es preciso que el intérprete cuente con especiales competencias enciclopédicas. Siempre la alegoría supone una clave interpretativa.

 INCLUIR CARTA DEL DANTE

Cuando la clave interpretativa de la alegoría se ha perdido, es posible leerla literalmente. Sin embargo, como observa Eco siguiendo a Grice, el lector observa “una excesiva abundancia de particulares acontecimientos” que fomenta la sospecha de que las palabras de que las palabras tienen un segundo sentido. Por otra parte, la razón por la que muchas veces la alegoría llega a ser identificada es porque el texto hace uso de imágenes ya codificadas, reconocidas como alegóricas (por ejemplo, la imagen de la selva como símbolo del pecado en la tradición medieval).
Ahora bien, si bien es cierto que el control de un co-texto previo y de una autoridad interpretativa puede poner límites al mensaje alegórico, es erróneo rechazar su posibilidad de conformar una obra abierta. Las diferencias entre el símbolo y la alegoría no son, en consecuencia, del todo estrictas. La dimensión estética también puede tomar cuerpo la modalidad alegórica.

Metáfora y alegoría

La alegoría es un tipo de narración que incluye un conjunto de metáforas. Puede ser definida como una “metáfora continuada”. Así la entiende Du Marsais:

La alegoría tiene mucha relación con la metáfora; no es más que una metáfora continuada. La alegoría es un discurso, en primer lugar presentado bajo un sentido propio, que parece toda otra cosa de lo que se desea hacer entender y que, sin embargo, no sirve más que de comparación para hacer inteligible otro sentido que no se expresa. La metáfora une la palabra figurada a un término propio, por ejemplo, “el fuego de tus ojos”; allí tiene un sentido propio, mientras que en la alegoría todas las palabras tienen un sentido figurado, es decir que todas las palabras de una frase o de un discurso alegórico forman, en primer lugar, un sentido literal que no es el que se desea hacer entender.
Un ejemplo de la estructura secuencial y narrativa de la alegoría lo da el Biotrón de Luis Benedit (1937). Una serie de metáforas se convierten en tramos de un mismo relato sobre la vida y sus variables, desde las formas más cómodas a las más riesgosas o trabajosas. Es evidente que el artista no quiere concretar un experimento científico con abejas sino que intenta, a través de él, decirnos otra cosa, hablarnos de una forma de comportamiento humano, ligado al menor esfuerzo. Puede sorprender que, pudiendo las abejas elegir entre permanecer dentro de un hábitat artificial o bien salir al exterior para volar libremente, pero con la dificultad  de conseguir alimento, prefieran la facilidad de la primera opción. Poco parece importar que el néctar que producen flores automáticas sea artificial.

Desde el punto de vista retórico, se consideró tradicionalmente que la alegoría –en tanto narración- es un género, mientras que la metáfora es un tropo, es decir un término desviado del sentido literal

5 comentarios:

  1. Estimada Andrea, ¿podría añadir la bibliografía? Gracias.

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  2. Me ha aclarado las diferencias, muchas gracias desde Argentina

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  3. Muy interesante , ya que hay muchas discrepancia con estos términos .

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  4. Alguien puede ayudarme diciendo me un poema q tenga alegoría, metáfora y símbolo... Por favor...

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  5. Quiero un poema donde este señalado la metáfora , la alegoría y el símbolo en un solo poema por FA

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